![]() |
Guernica, Picasso, 1937 |
En estos días de soledad y de
aislamiento, cuando el mundo se encuentra en un vaivén de incertidumbre ante el
futuro, cuando nos enfrentamos (con miedo, incredulidad, angustia o cinismo,
pero nunca con indiferencia), al fantasma de la enfermedad y de la muerte; hoy
desde mi escritorio donde se amontonan los días, la nostalgia y las
preocupaciones del alma, vuelvo los ojos hacia la poesía, como una tabla de salvación
en medio del naufragio.
Es en lo profundo de este
infinito mar de manifestaciones líricas, tan
necesarias, donde he regresado a dialogar con uno de mis más entrañables
maestros: César Vallejo; poeta de lo humano, descubierto en mi adolescencia,
durante mis días de estudiante, y cuya poesía vanguardista sacudió las
membranas más recónditas de mi juventud inquieta, hundiéndome en sus versos
llenos de dolor, rebeldía, angustia, felicidad, caos, belleza....un infierno de
vida y muerte.
Hoy, en medio del caos de una
pandemia biológica, psicológica y espiritual, transcribo este poema de Vallejo,
para recordar la futilidad de nuestra existencia y que nuestras ambiciones
destructivas de poder y grandeza (simbolizados en "Atilas", líderes
históricos) traen consigo casi siempre un dolor tan incomprensible como el
"odio de Dios".
El Ser Humano es un ser
trágico, víctima de un destino incognoscible, como lo demuestran las biografías
de tantos hombres y mujeres, cuya grandeza los ha vuelto inmortales. Uno de
estos hombres, es el propio Vallejo. Otro de ellos, es el cubano Ernesto Ché
Guevara,quien al despedirse de su esposa, nos legó a la humanidad, el tesoro de
su voz recitando Los Heraldos Negros, Este archivo sonoro fue entregado por el
ejército boliviano que fusiló al revolucionario, a Tristán Bauer, realizador de
un documental sobre el Ché,
, . LOS HERALDOS NEGROS
Hay golpes en la
vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del
odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo
lo sufrido
se empozara en el
alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero
son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más
fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los
potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos
negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas
hondas de los Cristos del alma
de alguna fe
adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes
sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que
en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre…
Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre
el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos
locos, y todo lo vivido
se empoza, como
charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la
vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Hola
ResponderBorrar